El Mar de las Nereidas

Con un texto de una complejidad importante de Luciano Gonzáez Sarmiento, el maestro Tomás Marco ha compuesto, o me apuro a decir inventado, una música que, aun no exenta de influencias, no se parece a nada. En sí, esto ya es un enorme mérito. 

La  obra sigue el plan diseñado por el libretista: cinco partes con dos personajes Crepúsculo y Sombra, un coro y un narrador. Comienza con la llegada de Crepúsculo a la isla. No sabemos nada de sus circunstancias. Es quizá el hombre llegando a la Isla a apurar sus últimos momentos, a la antesala del fin de su vida. Allí Crepúsculo y Sombra se encuentran con el tentación de abrazar su destino encarnado en ávidos seres mitológicos. Se escenífica el rito salvaje y orgiástico, Crepúsculo se abandona. Pero en el último momento, se rebela a su suerte y decide volver al incierto mar del que procede «cuando amanezca».

El significado de cada episodio, de cada situación, es elusivo.  La naturaleza como reflejo de las emociones, la presencia constante de la muerte, la sensualidad de los capítulos centrales remiten al teatro simbolísta. No obstante, la obra carece por completo de acción dramática, aún habiendo personajes. Más allá del esteticismo evidente de la poesía de Luciano González Sarmiento, el tono épico, las refencias a la mitología, la presencia de un coro y de un narrador que hace las veces de corifeo hacen recordar al teatro griego. No obstante, la obra tiene el subtítulo de cantata y como tal ha sido estrenada. Quizá futuras producciones puedan explorar este aspecto escénico que muchos de los participantes en el estreno intuímos.

La partitura está conformada por una miriada de pequeños episodios, cada uno con su affetto o carácter musical independiente, adosados sin pasajes de transición, uno a continuación del otro como si se tratara de la calle de una ciudad. Algunos de un lirismo bellísimo otros grotescos, exultantes, mágicos… la lista de adjetivos podría ser todo lo larga que quisiéramos. 

La parte instrumental, dos pianos y dos percusionistas, remite a obras de Bartok o Stravinsky, pero su sonoridad es muy diferente a la de estos autores. Casi podría recordar más a algunos minimalistas norteamericanos pero evitando el recurso a la repetición típico de su estilo. También se viene a la mente el Boulez de El Martillo sin Dueño por el exotismo tímbrico, sin embargo el material musical de La Isla Desolada es muy diferente al que usa el antiguo maestro de Tomás Marco. La preeminencia de la persusión, en muchas ocasiones única presencia instrumental, es de gran personalidad y atractivo sonoro.

Pero de entre todo ello, sobresale un rasgo: un nuevo melodismo personal, alejado tanto de las vanguardias históricas como de la tradición romántica y del foklore. Si esto fuera poco, el maestro ha sido capaz de ajustar los contornos de sus líneas melódicas a la prosodia del español con una precisión increíble, haciendo la música transparente al texto. Se puede en esta obra saborear cada palabra.

La Isla Desolada ensaya algunas interesantes formas de relacionar música y texto. Por citar algunas: las intervenciones del narrador están acompañadas de pasajes musicales aleatorios., el tratamiento de las secciones corales es fundamentalmente homofónico, pero muy variado de color. Además de las tímbricas diferentes de cada cuerda o combinación, se recurre muy efectivamente a armonías paralelas asociadas a frases o secciones. Podríamos decir que esta técnica es una extensión del organum medieval a todo tipo de intervalos y acordes. La intervenciones solistas serían pequeños ariosos en miniatura más cercanos a los que compusieron los primeros maestros de la ópera italiana que a los seguidores de la melodía infinita wagneriana. 

Wagner casi se podría citar como «antirreferencia» si tal palabra existiera. La Isla Desolada huye del gigantismo sonoro del autor alemán y de su mundo de transiciones y cadencias sin resolver. Tampoco hay propiamente leitmotivs, aunque si hay señales sonoras identificativas de ideas o situaciones. Por citar una de las más bellas, los acordes que abren la obra tienen su espejo en los que la cierran, enérgicos los primeros, cansados y dubitativos los segundos en signo de la experiencia vital que Crepúsculo y nosotros con él hemos vivido en el transcurso de la obra. Estas pistas o señales son más próximas al estilo de los madrigalistas del renacimiento y particularmente a Gesulado. Algunas palabras como aullido, ondula, viento están descritas musicalmente de forma muy explícita. También hay una atractiva descripción sonora del mar en los pasajes instrumentales de la última sección, El Mar de las Nereidas. en los que los dos pianos evocan la superficie ondulante del océano.

No es La Isla Desolada una obra complaciente. Aún teniendo momentos de una suavidad aterciopelada, el tono general no es amable ni contemplativo. No quiere decir esto que carezca su superficie de atractivo. La variedad de espisodios y su exploración tímbrica la hacen francamente entretenida para una primera audición. Sin embargo, penetrar en su esencia no es tan inmediato. Por ello cobra mayor importancia el poder contar con una grabación de referencia como la realizada el día 6 de agosto de 2017 en presencia de los autores y con el equipo artístico del estreno mundial.

En una reciente rueda de prensa previa al estreno, se le preguntó al Maestro a qué público estaba dirigida esta obra. Sin dudarlo, dijo «a cualquier tipo de público». La música contemporánea ya no está enfrentada a las audiencias y poco a poco está ganando el interés de un número cada vez mayor de aficionados. Otro de los participantes en el estreno, Gustavo Díaz-Jerez, pianista en esta ocasión y también interesante compositor, me compartió también que siente que la música de hoy tiene un público mayor de lo que parece. 

Conocemos todos mejor la obra de Beethoven, Bach Mozart o Brahms que la de cualquier autor del siglo XX. Menos todavía de la musica de nuestro tiempo. De los últimos 120 años tenemos una idea difusa que se ve condicionada por muchos movimientos musicales poco conocidos, muy mal comprendidos y, por ello, nada apreciados. Sin embargo, la historiografía se obstina en crear un idea de un progreso estético temporal. La música de Tomás Marco en general tiene difícil posicionamiento en esa línea imaginaria. Siendo hija de su tiempo, no supone un paso ni adelante ni atrás de estética de sus maestros. Es simplemente otra cosa.

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